Por
Iraida Villasmil
Sin
duda que a todos nos agarró casi por asalto la realidad y alcance de esta
Pandemia. Una situación insólita, jamás vivida en esta nueva era globalizada de
la tierra, pues así como se fue conociendo la noticia, a igual velocidad iba
entrando este virus en la gran mayoría del planeta.
Momentos
de confusión, angustias, de tomar medidas y un sin fin de cosas más, que en
horas nos cambió la vida y el sentido que teníamos del ritmo que llevamos de
ella. Muy pocos, poquísimos pudieran decir que su vida siguió normal, lo cual sería
hasta difícil de entender. Porque lo cierto es que, para nadie esto ha pasado
de forma desapercibida o reflexiva de nuestra existencia y cómo afrontarla
nuevamente ante estos retos que la Pandemia ha traído consigo y en la forma de
llevar la misma.
¡De
nuestro antes y de nuestro después!
Lo
están haciendo de forma precipitada las empresas en el mundo, los negocios, las
universidades, los colegios, las iglesias , las instituciones, los sitios de
diversión, los parques y demás sitios de distracción, y me vas a decir que
nuestra vida seguirá el rumbo normal de antes, ¿seguro?
La
fuerza interior de la que hemos tenido que echar mano, por las diferentes vías
que te haya servido para fortalecer el espíritu y entender tu motivo de vida,
ha sido la verdadera ganancia de esta pandemia.
Para
muchos la vida espiritual puede ser que continúe indiferente ante la necesidad
de volver la mirada a Dios, pero para una gran mayoría sin duda, esto ha
significado volver la vista a ese Cristo que siempre nos espera de una forma
jamás pensada, por muy corta que la mirada sea.
Me
contaba una amiga ante su asombro, que el día en que su ciudad pudieron abrir
la Capilla del Santísimo para la adoración permanente de 24 horas, y retomar el
ciclo de asistencia a la misma, en menos de un día ya estaban todas las horas
del mes copadas, y listas de personas pidiendo su hora ante el Santísimo.
¡Que
envidia!, le manifestaba, pues en Maracaibo una ciudad importante de Venezuela estamos peor que al inicio y sin esperanza aun
de visitar una Iglesia, un Templo o un sitio de oración con el Santísimo
presente. Y le conté que otra amiga me decía para consolarme, que nuestros
hogares son ahora los altares en que entra Nuestro Señor se hace verdaderamente
presente. ¡Me conmovió hasta el fondo de mi alma!
He
sentido la fuerza de esa presencia, pero también el vacío de la ausencia ante
la comunión personal y visita a Su Santísima Presencia. Seremos como me
comentaba otra amiga, "la Generación de la Comunión Espiritual".
Pero
sin duda, nos convertiremos en esa generación que volverá con más devoción al
encuentro de Su Presencia. Porque a pesar de que pareciera que Dios permitiera
al mundo pasar por esta dura prueba, en palabras de San Jose Maria, sería un,
"Omnia in Bonum", es decir,
¡Todo es para Bien!
Nuestra
vida está obligada a no ser igual por lo menos en nuestra realidad espiritual,
y más de una vez tendremos la necesidad ante las puertas abiertas de los Altares,
volver nuestra mirada al Santísimo más que antes. Reencontrarnos con Él
verdaderamente presente, será un motivo de nuestra nueva necesidad de ver la
vida y probablemente sintamos un inmenso deseo de no volverle abandonar.
Volver
al Santísimo será una experiencia nueva y revitalizadora de nuestra existencia;
de nuestro Amor y probablemente, porque no, de un nuevo compromiso de llevar la
vida.
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