Por: Iraida Villasmil
Hubo una vez una casa grande, hermosa y maracucha,
donde
todos en gran parte crecimos ahí...
Para los que no tuvieron la dicha de conocerla, déjeme contarles esta historia de una casa
que fue en una época de la vieja y bonita Maracaibo, como un pequeño Camelot
versión Zuliano, donde el que llegara
experimentaba sólo de entrada el placer de saborear, pues no faltaba nunca en la despensa del
comedor, la rica torta de capitas de
chocolate de mi abuela y los más divinos dulces maracuchos de todo tipo.
Esa entrada al Morichal, después de pasar el pasillo, la
presidía la mesa que no era redonda como en Camelot, pero era el lugar preferido de todos y junto
a esa mesa, la nevera más abierta y revisada de la ciudad, pues era de paso
obligado y abrirla era un privilegio seguro de deleites. Todo el que entraba a ese
pequeño Camelot cumplía ese ritual casi de Caballero Medieval.
Ahí viví todo tipo de aventuras con mis inolvidables y
adorados primos. Luis Roberto y yo fuimos en una época, los más consentidos y privilegiados en esa bella
era del Patriarcado de Papá CheChé, mi imponente abuelo.
En esa casa grande, hermosa y llena de mil eventos crecí
y de ahí salí al altar vestida de
novia...
Hoy con la partida de mi Tia Yuri, ha sido como un
revuelo en mi alma y en mis recuerdos; todo lo que mi vida y la vida de muchos
significó haber crecido o vivido "El
Morichal".
Curiosamente tengo plasmado en mi recuerdo, el día que Tia Yuri llegaba con Martín en
brazos del hospital. Yo sentada en esa mesa, sencillamente la contemplaba como
una reina subir las escaleras al bello cuarto de príncipe que aguardaba la
llegada del nuevo consentido.
Con ella se vá la última tía de esa casa grande
familiar; los últimos gritos de regaños,
las últimas risas y llantos también ahí compartidos.
Ella y su particular estilo de vida le vino a poner a ese Camelot un brillo muy
personal que nos enseñó a vivir entre la moda, las joyas y los más increíbles
tacones y sueños. Una época de mi vida está marcada por todo lo hermoso que ese
closet de tía Yurani tenía; ¡¡¡Les juro que era toda una fasinación!!! Para mí
era prácticamente visitar la mejor tienda de Nueva York. Con eso me bastaba
para estar al día, "in" pues!
Y ni que hablar de su Mercedes plateado que lucíamos
Carlos Rafael y yo por toda la ciudad cuando él venía de Caracas, y el
privilegio de ser el hijo de manita le permitía apoderarse de la llave de tan preciada joya en ruedas...¡Sí! Mi Tía Yuri marcó una clara época de ese
Camelot Zuliano.
Ella hoy ya parte como tantos se nos han ido de esa
maravillosa casa, solo que con su partida se cierra la puerta de una era que
sin duda marcó la vida de todos los que moramos en ella. Fue sin duda Nuestro Castillo Familiar, pues
se adiciona también el cariño inigualable y siempre familiar de todos los que sirvieron
ahí y ponían en movimiento la vida imparable de un sin fin de comidas,
almuerzos y visitas de tantos en la rutina diaria de ésa, la vieja y bella
época de Maracaibo, pues mamita, tío Enrique y tía Yurani siguieron en sus
mejores momentos siendo ese fabuloso imán para tantos que les encantaba llegar a
esa vigorosa casa grande.
El Morichal y San Juaquín, la casa de Mamamía, fueron la
más increíble prolongación de una vida familiar única, peculiar y muy feliz a pesar de tantas cosas.
No hay nadie en Maracaibo de esa época que no evoque con cariñoso y añorado
recuerdo el placer de haber estado y conocido esos pequeños Camelots Zulianos.
Hoy confieso una profunda tristeza, pues en mi imaginario
la he vuelto a recorrer y saborear cada rincón, cada cuarto, cada jardín.
Hoy volví a entrar con mis hermanas a ese closet de mil
fantasías de Tía Yuri que alimentó mi juventud. Volví a entrar a la sala grande azul rey y
moderna de donde sonaba con potencia lo último de Julio Iglesias y Barry
White, favoritos de mi Tío Enrique. Entré
a la cocina de Marcelina a buscar el molde de la torta de capita para irme al
cuarto con Luz María a donde vi batir a mamita tantas veces sus tortas, solo
que por estar cerca la Navidad le pedí que esta vez batiera el Ponche Crema que me enseñó hacer y
es del gusto de tantos en esa bella época del año.
Así seguí volando con mi imaginación a millón, en las horas finales de mi Tía
Yurí.
Volví a oír las risas y gritos de todos mis primos que
llegaban, sentí hasta la voz inconfundible
y muy caraqueña de la tía Eva, me pareció ver también a Blanca, mi prima,
que se fundía en un abrazo con mi tío Enrique. También me tropecé con mi
papá y tío Chicho escondidos de tío Alfredo comiéndose un dulce ... Disfruté de ver a María Auxiliadora jugando
con Tere mi hermana en el cuarto de atrás donde las acompañaba sonriente de
felicidad mi tía Betty. Por la puerta trasera de la cocina, empezaron a entrar los Bethancourt todos y en
tropel buscando a mamita, y así a medida que me iba despidiendo de mi tía Yuri
en su partida, más viva se volvían esas imágenes únicas, entrañables de mi vida
feliz y que son mi más preciado tesoro de recuerdos de lo que significó crecer
y vivir en "El Morichal".
Hoy muy tarde en la noche me vi con unas llaves, unas
lágrimas y una despedida tranquila, silenciosa, llena de Dios y en paz de la que fue
su última habitante...
Hoy con ella, ¡¡¡Cerraba
yo las puertas de mi Camelot!!!